Falopa

Mariana Sidoti
3 min readDec 11, 2017

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Después de media hora dejo de contar los patrulleros que pasan. Parecieran no darse cuenta de que hay un grupo de jóvenes drogándose en medio de la ciudad. Jóvenes que no les son ajenos, porque andan todos los días por la Zona Roja robando o mirando el suelo en busca de algún descarte.

Me pregunto si el barrio está liberado, como dicen algunos vecinos, o si la policía es imbécil. Debe ser más complejo, ya que escucho al Rama decir que “la gorra está cansada de nosotros” y después que “a veces te paran y a veces no, también depende qué policía, pero te cabe cuando estás cometiendo el hecho”.

No termino de entender cómo, si los tienen a todos tan junados, ellos se juntan en la plaza a tomar cocaína. Habiendo tantos recovecos en el barrio, la Plaza Matheu es una invitación a la requisa, una provocación terca e insolente. Además están los tranzas, yendo y viniendo o esperando, por ahí cerca, que les vayan a comprar. La requisa nunca sucederá, y me quedo presenciando un vaivén de movidas sin animarme a decir lo que pienso por temor a sonar como una típica universitaria de clase media promoviendo intentos de rescate que serán, como siempre, fracasos inevitables y repetidos.

-Desde que salí, sólo fasito- dice el Negro moviéndose con gracia mientras enciende un porro gigante. Pero es mentira: quince minutos después está de merca y contando cuán zarpado se sentía en un pabellón de la Unidad 9 donde nadie tenía falopa ni peleaba como la gente. Por eso se cambió de pabellón, dice; aunque prefiere otros penales como Olmos donde puede falopearse más, escuchar más música y cagarse más a trompadas con algún otro interno.

El Negro no tiene otros temas de conversación: todo gira alrededor de lo que hizo para entrar al penal, lo que hizo adentro del penal y lo que hará cuando vuelva a caer preso. “Dos días duré en libertad”, se ríe, y no baja la voz ante las insistencias del Chiqui, que se muere de vergüenza ajena por haberme metido en esa junta.

-Estás en la calle ahora, hablá por una vez de las cosas que pasan acá- lo reta, pero no logra detener el monólogo y se resigna por cuarta o quinta vez.

Como el Negro hay muchísimos más. Pibes que no superan los 25 pero se comieron las rejas toda su adolescencia, masticando la certeza de que volverían a caer. Por eso aún fuera de la cárcel hablan tumbeando, conservando fresco el dialecto por si algún día de estos vuelven a necesitarlo.

El Negro tiene puesta una camiseta, campera deportiva y un jogging subido hasta la cintura. Aunque no esté tomando aspira con ruido, y cada vez que lo hace se levanta un poco más el pantalón. Intento hablar de otra cosa pero no puedo; una vez más la charla desemboca en historias sobre la falopa adentro del penal, sus visitas higiénicas, el estéreo que no pudo robar hace un rato, la cocaína que acaba de tomar, lo zarpado que se siente, lo zarpado que lo tiene la yuta que a cada rato lo para y le dice “cuidado que sé que andás firmando”.

El Negro tiene una voz suave y atractiva; por momentos despliega una personalidad alegre que en cualquier otro contexto llamaría la atención. Pero tiene, también, tanta cárcel y tanta pala encima que escucharlo más de veinte minutos aburre, deprime y da ganas de salir caminando hacia cualquier otro lugar, lejos de esta plaza viciada y llena de tranzas visibles e invisibles.

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Written by Mariana Sidoti

periodista en crisis. no importa cuándo leas esto.

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