Interrumpidxs

Mariana Sidoti
5 min readJul 17, 2021

--

Museo de Cs. Naturales de la UNLP.

No hay tiempo para estar alerta cuando se coge. Menos aún cuando se coge adentro de un auto. La inmediatez tangible de los cuerpos, la adrenalina, los vidrios empañados, el placer. Nada favorece la tarea.

En el bosque de La Plata supo haber una callejuela semiescondida que de noche tenía uso exclusivo. Por falta de espacio físico o por morbo, no importa el motivo: si había carrocería donde guarecerse las parejas iban, hacían y se iban. El paseo del Amor era un emblema, lo conocían todos y cierta política de “dejar ser” prevalecía por sobre cualquier intento de censura.

Pero el paseo del Amor se extinguió. Hace ya tiempo.

Ahora solo quedan algunos rincones oscuros que las LED del progreso ciudadano no alcanzan a iluminar. Esos rincones son muy valiosos.
Nadie creería la cantidad de personas que necesitan de un techo gratuito y seguro para poder quitarse la ropa y quitársela también a otra persona.
El Bosque sigue proveyendo esos espacios, aunque con mayor informalidad.

La callejuela del Amor ya no es tal, y de noche, otros caminos de tierra o pedrusco suplen su lugar. Por ejemplo el estacionamiento del Museo de Ciencias Naturales. Las luces potentes que se alzan por encima de los Tigres diente de Sable que protegen la puerta no llegan a divisar lo que se esconde bajo los árboles que arriman al estacionamiento.

Por eso ahí estacionamos I. y yo.

***

Estar alerta cuando se coge es casi como estar pensando en cualquier otra cosa, las compras del supermercado o las tareas pendientes del trabajo, el quilombo familiar de una amiga o el vencimiento de la factura de gas. Estar alerta cuando se coge es casi antinatural.

Nosotros no estamos alertas.

Estamos con las ganas acumuladas desde hace varios días.

Yo vivo con mi madre. Desde que tenía 16 años y le pedí permiso para que un novio se quedara a dormir, prevalece en ella una máxima inquebrantable -“Esta casa no es un telo”- que sólo se flexibiliza cuando conoce al implicado lo suficiente como para tener confianza en él.

Con I. todavía no llegamos a ese punto.

Él, por su parte, no quiere que conozca su casa. No por ahora.

Estamos desnudos, transpirados por un deseo que nos invade y marca el pulso de lo que vendrá. Adentro de mi Clío gris hay un tapizado que ya se está mojando, un sobrecito abierto de PRIME, ropa desperdigada sin orden. Hay cierto olor a encierro, hay feromonas en el aire, hay un gusto amargo en nuestras bocas del LSD que tomamos hace un rato.

Hay sonrisas, hay movimiento.

Lo que sentimos es que toda la semana nos llevó a este momento. Él sonríe, yo sonrío, y el suspiro que estoy por exhalar hace que todo se borre por un instante.

Nadie vigila alrededor cuando coge.

Por eso no nos damos cuenta de que hay luces azules rondando hasta que están cerca. Ya demasiado cerca.

-La reputísima madre- digo ahogando un grito que es más de bronca que de miedo.

I. suelta una puteada apagada y sonríe con nerviosismo. Se empieza a vestir y yo hago lo mismo.

El oficial golpea con los nudillos la ventana de adelante. Toc toc toc, golpea una, dos, tres veces. El empañado general del Clío obstruye la visión, pero no lo suficiente: sigue siendo obvio que ambos estamos atrás, acomodándonos para salir a dar la cara ante la Autoridad. Al cuarto golpe me decido, calzo mis jeans hasta la cintura, me acomodo un poco la remera y bajo el vidrio de la ventana de atrás.

¿Sí?– miro al policía con la frente arrugada, como sin saber del todo el motivo por el que se nos acaba de acercar con su patrullero. “Un patrullero arruina polvos”, pienso para mis adentros, todavía furiosa por la interrupción.

Aun así guardo respeto.

Mi cabeza no retiene el número ni el artículo, pero sé que esto es una contravención.

-Salga del vehículo, señora. Su acompañante también.

-Bueno, ahora va.

-Ahora.

La última palabra es del oficial. Meto rápido la mano en la guantera y bajo con una billetera de cuero gorda, llena de tarjetas y papeles de seguros vencidos.

-Los papeles del auto, señora- insiste el poli, y no sé qué me molesta más; si el hecho de que me pida hacer algo que ya estoy haciendo o que me diga “señora”.

“Señora tu vieja, forro”, pienso. Pero le sonrío nerviosa.

-Los estoy buscando.

Logro dar con mi tarjeta de conducir, mi DNI y la cédula azul. El oficial dice que necesita ver el seguro, por lo que vuelvo a entrar al auto y a revolver en la guantera hasta que encuentro, casi de milagro, un papel de la Federación Patronal que todavía no venció.

El corazón me late fuerte y ya olvidé que hace apenas cinco minutos estuve a punto de tener un orgasmo.

-Todo en orden- dice el poli mirando a su compañera, una mujer de pelo rubio oxigenado que asiente desde la puerta del móvil. -¿Saben que lo que estaban haciendo no se puede hacer, no?

-Sí, oficial- respondo arqueando las cejas. Miro su uniforme y noto que no es oficial raso, sino que tiene un rango más alto que desconozco. Siento que decirle “oficial” es una tonta pero satisfactoria venganza personal. Miro a I. que asiente, sin emitir una sola palabra, con los ojos fijos en el suelo.

No hay caso. La yuta huele, está entrenada para eso.

-¿Cuál es su identificación?- le pregunta a I., que esquiva la pregunta con las pupilas.

-I.-, dice en voz baja. “Pelotudo, ¿y el apellido?”, pienso yo hecha una pelota de nervios. -I.G.-, ratifica.

-Mirá vos-, dice el policía, sin fijarse en el celular ni en el walkie talkie ni en ningún otro dispositivo para chequear antecedentes. -¿Y qué hacés, estudiás?

Silencio.

Yo no puedo creer lo que está pasando, no puedo creer que I. no le mienta.
¿Tantos años a merced de los azules y de sus porras y pistolas, tantos años de pararse de manos para arrugarla justo ahora? ¿Por qué no le dice que trabaja de albañil, el empleo preferido de los meritócratas, que redime a cualquier pibe chorro o a cualquier pibe que parezca pibe chorro? ¿Por qué no le dice que hace “changas”, ese término vaguísimo donde ni si quiera hace falta aclarar de qué? ¿Por qué no le responde algo, una puta mierda, una mentira, una afirmación desesperada?

-No.

Eso responde. Que no. Y el yuta vuelve a preguntar:

-¿Y trabajás?

-No.

Bueno, lo hecho hecho está.

Ya es un “ni-ni” para la policía, ya se están fijando sus antecedentes.

Lo hace la poli rubia mientras nosotros nos damos unos besos tratando de bajar los nervios y la calentura.

El otro, con la frente calva y transpirada, hace tiempo mirándonos fijo.

--

--

Mariana Sidoti
Mariana Sidoti

Written by Mariana Sidoti

periodista en crisis. no importa cuándo leas esto.

No responses yet