Se me llenó el culo de preguntas
Y menos mal.
*
Una pinta alcanzó para ponernos a hablar de amores y desamores a pocos metros de la cervecería. Somos Checho Sol y yo, un faso de por medio y el reencuentro, después de un año frenético que nos tuvo algo distanciadxs. Nos sentamos en una especie de banco de mármol negro, el excedente de un edificio paqueto ubicado frente a la Gobernación. Contamos anécdotas y reímos de nuestros propios fracasos.
En eso estamos cuando asoman 7 guachines. Ninguno supera los 12, estoy segura, pero se nos vienen al humo. Uno le pide a Checho algunas monedas, otro mira atento mi celular. Uno le pide a Sol una seca -“Es que estamos re-viciosos”- y otro me pide la tableta de Nicotinell, esa mierda con gusto a menta que chupo cuando me entran ganas de fumar. Unos y otros son, para qué negarlo, bastante amenazantes.
Y pienso: “Estamos re robados”.
Pero no. Uno de ellos se acerca como para despedirse con un beso, es rubiecito y tiene la cara mugrienta, ojos color miel y labios carnosos. Labios que, de repente, se posan sobre los míos. Son dos segundos de confusión y mi cerebro elabora solo dos alternativas:
- Es un nene, está buscando afecto.
- Está reloco, no sabe ni dónde está.
En eso estoy cuando otro guachín, rápido como pocos, aprovecha los segundos de shock para intentar besarme también. Ahora entiendo todo, y estoy más enojada conmigo misma por ingenua e ilusa que con los pendejos por haber querido “robarme” un beso.
Indignada me levanto y en ese instante ellos echan a correr por calle 53. Son rápidos, pienso y grito:
- ¡Corran pendejos porque les va a caber! ¡Están re zarpados!
Y, como de veras están re zarpados, me contestan :
- ¡Puta!
- ¡Puta, puta de mierda!
- ¡Regalada!
Amago con salir a correrlos, pero ya se perdieron entre los árboles de la plaza San Martín. Vuelvo a sentarme hecha un quilombo, desencajada y con una mueca de incredulidad, preguntándome a mí misma si había hecho mal en bardearlos así.
“Cuando andaba más en la calle los pibes no eran así”, pienso. Después me reto por ser tan cliché y me dejo envolver por un sentimiento desolador: Pienso en otras pibas; algunas quizá más vulnerables o más chicas, o más solas en la calle o más copeteadas, que tuvieron que pasar por ese pseudoritual del macho encarnado en un grupo de niños. Pienso en el lema feminista “No son enfermos, son hijos sanos de patriarcado” y me pregunto cuántxs adultxs habrán reaccionado poniéndoles un límite, educando en la medida que se pueda, poniendo el cuerpo. También pienso en los niños. En toda la nada que hay a su alrededor, en este Estado de Nada que los empuja al destino de las rejas o el cajón. Y en el medio, a cosas como éstas.
Pienso en qué puedo hacer, dadas las condiciones, para cambiar el estado de situación. Y no se me ocurre nada.
Se me llena el culo de preguntas y algunas son más personales, otras más colectivas; pero la gran mayoría deberían ser contestadas por funcionarios y poderosxs durante muchas, muchas, muchas horas.