Se me llenó el culo de preguntas

Mariana Sidoti
2 min readDec 12, 2017

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Y menos mal.

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Una pinta alcanzó para ponernos a hablar de amores y desamores a pocos metros de la cervecería. Somos Checho Sol y yo, un faso de por medio y el reencuentro, después de un año frenético que nos tuvo algo distanciadxs. Nos sentamos en una especie de banco de mármol negro, el excedente de un edificio paqueto ubicado frente a la Gobernación. Contamos anécdotas y reímos de nuestros propios fracasos.

En eso estamos cuando asoman 7 guachines. Ninguno supera los 12, estoy segura, pero se nos vienen al humo. Uno le pide a Checho algunas monedas, otro mira atento mi celular. Uno le pide a Sol una seca -“Es que estamos re-viciosos”- y otro me pide la tableta de Nicotinell, esa mierda con gusto a menta que chupo cuando me entran ganas de fumar. Unos y otros son, para qué negarlo, bastante amenazantes.

Y pienso: “Estamos re robados”.

Pero no. Uno de ellos se acerca como para despedirse con un beso, es rubiecito y tiene la cara mugrienta, ojos color miel y labios carnosos. Labios que, de repente, se posan sobre los míos. Son dos segundos de confusión y mi cerebro elabora solo dos alternativas:

  1. Es un nene, está buscando afecto.
  2. Está reloco, no sabe ni dónde está.

En eso estoy cuando otro guachín, rápido como pocos, aprovecha los segundos de shock para intentar besarme también. Ahora entiendo todo, y estoy más enojada conmigo misma por ingenua e ilusa que con los pendejos por haber querido “robarme” un beso.

Indignada me levanto y en ese instante ellos echan a correr por calle 53. Son rápidos, pienso y grito:

  • ¡Corran pendejos porque les va a caber! ¡Están re zarpados!

Y, como de veras están re zarpados, me contestan :

  • ¡Puta!
  • ¡Puta, puta de mierda!
  • ¡Regalada!

Amago con salir a correrlos, pero ya se perdieron entre los árboles de la plaza San Martín. Vuelvo a sentarme hecha un quilombo, desencajada y con una mueca de incredulidad, preguntándome a mí misma si había hecho mal en bardearlos así.

“Cuando andaba más en la calle los pibes no eran así”, pienso. Después me reto por ser tan cliché y me dejo envolver por un sentimiento desolador: Pienso en otras pibas; algunas quizá más vulnerables o más chicas, o más solas en la calle o más copeteadas, que tuvieron que pasar por ese pseudoritual del macho encarnado en un grupo de niños. Pienso en el lema feminista “No son enfermos, son hijos sanos de patriarcado” y me pregunto cuántxs adultxs habrán reaccionado poniéndoles un límite, educando en la medida que se pueda, poniendo el cuerpo. También pienso en los niños. En toda la nada que hay a su alrededor, en este Estado de Nada que los empuja al destino de las rejas o el cajón. Y en el medio, a cosas como éstas.

Pienso en qué puedo hacer, dadas las condiciones, para cambiar el estado de situación. Y no se me ocurre nada.

Se me llena el culo de preguntas y algunas son más personales, otras más colectivas; pero la gran mayoría deberían ser contestadas por funcionarios y poderosxs durante muchas, muchas, muchas horas.

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Written by Mariana Sidoti

periodista en crisis. no importa cuándo leas esto.

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